Mujer equivocada by Mercedes Rosende

Mujer equivocada by Mercedes Rosende

autor:Mercedes Rosende [Rosende, Mercedes]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2011-07-01T00:00:00+00:00


20

El hombre vacila, me observa. A primera vista su rostro es una máscara sin expresión; vistos con más atención, sus rasgos en reposo sugieren una ansiedad insulsa que intento descifrar. ¿Miedo, nervios?

—Como le dije, tenemos a Santiago.

—¿Qué se supone que yo deba hacer?

Toma aliento, mira en torno a la mesa, me mira. Se muerde el labio superior, después el inferior. El traje es de buen género, bien cortado aunque ese no sea su talle; la camisa es fina pero se ve muy usada, tal vez puesta más de una vez. Aspiro el perfume, me pregunto cuál es. Delicioso.

—Este es un primer contacto, Úrsula. De acá en adelante no debe avisar a la Policía, no puede mencionar nuestra negociación, o su marido morirá. No queremos hacerle daño, pero tenemos que dejar nuestras condiciones bien claras.

—¿Nuestra negociación? ¿Nuestras condiciones? Usa el plural y solo lo veo a usted.

—No estoy solo en esto, por supuesto. Tengo un socio.

No lo puedo creer, pienso, estoy en la escena de un secuestro. No en la principal, no, pero en una escena al fin. Me pregunto cómo debo actuar, trato de recordar escenas de películas, algunos diálogos. ¿Tendré que pedirle una garantía de vida, una carta, una grabación, una foto en la que mi esposo exhiba un diario con la fecha del día? No sé, parece un exceso de demandas para un bar de 18 de Julio.

—¿Mi marido está bien?

—Puedo garantizarle que sí.

Pienso en la posibilidad de decirle que el tal Santiago, mi presunto marido, es diabético insulinodependiente, que está muy enfermo, rogarle que lo liberen, llorar un poco, decirle que morirá sin sus inyecciones, pero enseguida me doy cuenta de que ni siquiera sé el nombre del medicamento que se le inyecta a esos enfermos. Nadie me va a creer que olvidé el nombre de lo que mantiene vivo a mi marido.

Nos traen mi cocalái y su café. Me sirve la bebida, todo un caballero. Lo miro de reojo. Sí, el corte del saco del traje es muy bueno, lástima que le flote alrededor del cuerpo. ¿Habrá adelgazado, este hombre? ¿Con qué dieta? Sorbe dos o tres tragos de la tacita, se seca la boca con una servilleta. Me mira, habla con gravedad.

—Usted va a empezar a juntar el dinero.

—¿El dinero?

—Sí, el rescate.

—¿Cuánto?

—Un millón.

Un millón. Un millón. Lo dijo y vi que su café temblaba levemente. No quiero preguntarle si son pesos o dólares o euros o yenes, solo sé que jamás querría tener un marido que fuera rescatado en pesos.

—No tengo esa suma —digo, como quien recita un guion bien sabido.

—No esperaba que la tuviera, por eso le dije que empiece a juntarla. Sabemos que tiene formas de conseguir el dinero.

—¿Cómo lo sabe?

Vacila antes de hablar.

—Por una persona cercana a su marido.

Habla y me mira sin parpadear, la boca ligeramente abierta muestra dientes parejos, muy blancos, apenas manchados por este café. Tras la mirada fija vuelvo a ver la ansiedad, un tanto velada por los movimientos mecánicos que hace con las manos.

Él dice que tengo formas de conseguir el dinero, entonces yo debo de ser una mujer llena de recursos.



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